Antifrikis clase némesis


La subcultura antifriki de clase némesis es el resultado de una evolución circular: frikis tempranos de vocación humanista y espíritu autodidacta que se pasaron de frenada, arrasaron el gafapastismo y retornaron a los orígenes por la puerta trasera, cruzando las brumas del reverso tenebroso. Señores -siempre son señores-, serios pero sobradamente treintañeros, que no sólo conocen al dedillo tanto las retahílas de Harry Potter como la retórica grecolatina y las relaciones estructurales que los unen, sino que procuran asegurarse de que lo sepas, eso sí, sin abandonar jamás su mullida zona de confort intelectual.

Provenientes de las mismas escuelas que el resto de mortales, están sin embargo dotados de una capacidad crítica cuasi-divina que les permite disfrutar como gorrinos de Douglas Adams mientras, ahí está la diversión, despellejan al resto de lectores que hacen lo propio en una suerte de quintacolumnismo: tu desconocimiento de las sutilezas del tropo y las fuentes clásicas de la literatura te califican como no apto para la tarea de abordar la Dragonlance, incapaz de disfrutar correctamente el consumismo que te nutre porque, a diferencia de ellos -observadores externos e imparciales llegados de otro tiempo y lugar, quién sabe si por un agujero de gusano- ni lo viste venir.

Mimetizados entre aquellos a quienes dejan en evidencia, son acogidos, halagados y hasta agradecidos por sus inteligentes comentarios, contextualizaciones y matices. Porque sólo el antifriki puede permitirse el lujo de ser realmente friki. Los demás, miopes de la cosmovisión, son, pese a compartir generación y referentes populares, un cero a la izquierda, zotes admirando sombras de sombras en una caverna, tarados por la impostura que jamás podrán atisbar. Cuando el abismo mira, el antifriki le devuelve la mirada; y él sí juega a los dados.

Se revela así como análogo internauta a los cultivados espectadores que dicen denostar Gran Hermano pero lo ven a diario porque “no engaña a nadie” y “al menos te ríes”. Con sonrisa autosuficiente y eterna necesidad de justificarse, los reyes del con-conocimiento-de-causa parecen verse a sí mismos como higiénicos outsiders, apatrullando la web con una bala de desdén en la recámara para el indiferente, opositor o fan sincero. Gustos populares para el paladar sibarita: porque la mierda está en la nariz del que huele y, cuanto más consciente de su inmundicia, menos olorosa...

Acomplejados o arrogantes, hipócritas o esquizofrénicos, cuando la masificación del revival deje paso a un nuevo paradigma, la historia de los márgenes olvidará al geek, tan poco original, como olvidó la novela de caballerías, centrándose en los que cincelaron su epitafio: la anomalía como representatividad. En un exquisito acto de ironía póstuma, ellos, neoescolásticos del siglo XXI, serán señalados por su verdadera naturaleza: los auténticos hijos de la posmodernidad.