Sobre la santidad de los libros


Mis amigos son muy peculiares en cuestión de libros. Leen todos los best sellers que caen en sus manos, devorándolos lo más rápidamente posible..., y saltándose montones de párrafos según creo. Pero luego JAMÁS releen nada, con lo que al cabo de un año no recuerdan ni una palabra de lo que leyeron. Sin embargo, se escandalizan de que yo arroje un libro a la basura o lo regale. Según entienden ellos la cosa, compras un libro, lo lees, lo colocas en la estantería y jamás vuelves a abrirlo en toda tu vida, ¡PERO NUNCA LO TIRAS! ¡JAMÁS DE LOS JAMASES SI ESTÁ ENCUADERNADO EN TAPA DURA! Pero ¿por qué no? Personalmente creo que no hay nada menos sacrosanto que un mal libro e incluso un libro mediocre.

Helene Hanff 84, Charing Cross Road

Peculiar y emotiva también esta selección de veinte años de correspondencia entre la escritora americana Helene Hanff y su librería de cabecera en Londres. Se lee en un suspiro y a veces cuesta creer que esas cartas fueran reales. Para mi vergüenza, de los numerosos libros mencionados en los siempre económicos pedidos de la autora -se ve que no cobraban gastos de envío-, buena parte ni siquiera me suenan. Tentada estuve de recopilar las obras mencionadas en una lista, por suerte alguien ya lo hizo por mí en wikipedia.

Personalmente soy incapaz de tirar un libro -salvo que esté completamente destrozado y le falten páginas-, quizás porque, a diferencia de otros objetos, los libros contienen ideas y cualquier mutilación de su soporte parece convertirse en un símbolo de la censura, que encuentra su mayor expresión en la ya tópica visión de inmensas piras de papel al grito de ¡Herejía!. Curiosamente no parecemos tener tantos reparos con la prensa -clásico envoltorio de pescado, alfombra portalera y magnífico limpiacristales- pese a su innegable carga ideológica y múltiples facetas como publicación literaria, vehículo de expresión y testigo privilegiado de la historia. Ardió Alejandría, pero nadie llorará por las hemerotecas.