Tirar la toalla


Por las batallitas que ocasionalmente salpican la bitácora, sabrán que llevo largo tiempo alternando preparación de oposiciones, labores marujiles, paro, interinidades y algún miniempleo con lo que buenamente la vida y el sufrido farándulo, pater familias súbito, van proveyendo.

Oposité a la AGE pensando que aquel esfuerzo conjunto apenas duraría un año, inversión de futuro que me permitiría ascender por la maraña burocrática y desarrollar mi plan de vida una vez eliminados los obstáculos: dominio casi exclusivo del sector servicios, puestos de auxiliar cubiertos por personal sobretitulado, difícil promoción en las pequeñas empresas —casi todas—, bajos salarios y horarios demenciales. La plaza no era un fin en sí mismo, sino un instrumento esencial para poder abordar otras inquietudes con ciertas garantías de éxito y al tiempo adquirir un oficio bien definido, pues vivía entre dos aguas con un triste COU y experiencia tan variada como genérica.

Dos años más tarde mis resultados fueron buenos, aunque insuficientes y la oferta de empleo público quedó paralizada indefinidamente. Herida en mi orgullo, pero en bolsa de interinos y convencida de estar enfilando el buen camino, me lancé a por la Administración de Justicia, únicas pruebas con visos de continuidad, presenciando impotente como el nivel exigido progresaba en paralelo a mis conocimientos.

Han pasado otros dos años y los resultados vuelven a ser buenos, pero nuevamente insuficientes. Nadie sabe qué futuro aguarda al empleo público y en el Ministerio pintan bastos. La inquebrantable seguridad que tenía en mi capacidad de estudio se ha mostrado tan sólida como la vasija de contención de Fukushima Daiichi y, así a lo tonto, he cumplido la treintena. Como suele decirse, la vida ha sucedido mientras yo me empeñaba en hacer otras cosas.

El que la sigue la consigue —que yo esté al volante es una prueba irrefutable— pero cabe preguntarse qué es lo que voy a conseguir y si vale la pena dejarse la piel, propia y ajena, malviviendo por un objetivo que, al fin y al cabo, solo pretendía ser un medio para facilitar otros.

Así pues, desde este altar de mierda al que me he elevado cuando ya me llegaba al cuello, os conmino a seguir mi ejemplo como autorizada gurú del fracaso, derrota tras derrota hasta la victoria final: dejad cosas a medias, desistid, dimitid, renunciad, abandonad, tirad la toalla.

Porque solo así, tal vez, sucederá algo nuevo. Nadie garantiza algo mejor.