Me gusta decir que pasé la crisis de los cuarenta con diez años de antelación. No me refiero a lo que que se suele definir como "crisis de los 30", que según internet sucede cuando has terminado de estudiar, vives despreocupado y empiezas a comparar tu vida con una serie de expectativas sociales: pareja estable, hijos, hipoteca, éxito profesional. Además el alcohol no te sienta igual, no te hacen descuentos, tus amigos se dispersan, los niños te hablan de usted, tienes que ocuparte de los problemas, se mueren tus abuelos... en general te sientes abrumado por tu mortalidad y las responsabilidades de la vida adulta, que viene a golpear esa cara de Pan que se te estaba quedando.
En mi caso, esto lo he contado mil veces, perdí a mi padre a los 14, me independicé a los 18, compré un piso con 21, fui madre a los 22, vendí el piso a los 24 y me emparejé definitivamente con 25. Para cuando cumplí 30 ya había pasado por los hitos de la adultez y ninguno de la juventud porque ni había terminado mis estudios, ni tenía una profesión o trabajo que me sacara de la absoluta dependencia económica, siempre a un ERE o una discusión marital de la indigencia. En la Europa del Interraíl, el Erasmus y Ryanair viajé por primera vez a otro país a los veintinueve gracias a una beca de idiomas. Mi anfitriona o hostmother, madre soltera que curraba en un bar y alojaba estudiantes, era la dueña de una preciosa casita1 con una cocina inmensa que daba al jardín, a un corto paseo del centro de un pueblo costero de calles bien cuidadas y todo tipo de servicios2. Coincidió aquello con la llegada del 15M, la indignación, la sensación de que el mundo se iba al guano; fui consciente de que existía una vida mejor y estaba cansada de aspirar al mileurismo, el premio literario o la tómbola funcionarial.
Volví y cambié los subtítulos en español por inglés. Volví y se rompió el coche y nos mudamos y empezaron a salirme patas de gallo, y una montaña de problemas físicos que achaqué a la edad, el tabaco o el botellón adolescente. No supe hasta un par de años más tarde —retraso diagnóstico cortesía del imbécil del ginecólogo— que no eran sino los síntomas de una precocísima menopausia. Me desperté con treinta en el cuerpo de una mujer de cincuenta rodeada de suspiros de alivio ajeno por mi maternidad temprana, porque ¿qué otra inquietud podría causarme aquello, salvo el drama de la infertilidad según Hollywood? Se hizo así realidad un chiste recurrente en casa: nací vieja y mi cuerpo no va sino aproximándose a mi edad mental.
Con los años esos malestares se van pareciendo un poco más a los de las revistas de tendencias, aunque algo ahí dentro sigue gritándome que huya, que es una trampa. Tengo con la emigración la misma relación ambivalente que con la mili: es una experiencia horrible que no recomiendo a nadie pero mandaría de una patada en el culo al cuartel o aeropuerto más cercano a tantísima gente... es esta esquizofrenia mía de antigua viejoven, Xenial, sureña del norte, atea amante de la Navidad, equidistaní, rojiparda o como sea el término de moda para los que residimos pemanentemente en las fronteras de muchos mundos que conforman el nuestro. No todo nace de escribir a la contra para que te den una columna de opinión, ni todo consiste en "cabalgar contradicciones" que no considero contradictorias en absoluto, ni soy un Pokemon que se transforma de repente, ni un signo del Zodíaco encorsetado por reglas arcanas, ni un conjunto de elementos independientes que pueda combinar al gusto como los ingredientes de una pizza, sino el resultado de vivir en sociedad y de tener experiencias además de lecturas y pensamientos, si uno es mínimamente sincero consigo mismo.
Los huérfanos antes de tiempo tendemos a sufrir de una maldición autoimpuesta, el íntimo convencimiento de que nunca superaremos la edad de nuestros padres. Esta vida y cuerpo acelerados no serían sino su consecuencia natural, pues era necesario darse prisa para no perderse la función. Por eso vivo desde 2021 de prestado, como si el hecho de seguir aún en este mundo fuera un evento extraordinario. Vivo los años que no alcanzaron a mi padre, condenado a una eterna crisis de la mediana edad, congelado en esas fotos que revisito como una comedia de los 90, sorprendida por la juventud de sus actores.
1. Hablamos, claro, de una casa comprada hace décadas. Una vivienda en el mismo barrio hoy cuesta medio millón de libras.
2. También tenían lavabos con dos grifos y baños con moqueta, gaviotas carroñeras, un muy elevado número de personas obesas en scooters eléctricos y una casa de apuestas.